El día que agarró un dedo de mi mano por primera vez supe que me tendría agarrada de por vida. Ese día trepó por mi pecho buscando comida y cobijo y al instante entendí que siempre encontraría refugio en mis brazos. Ocho años después estas manos son capaces de curar un pasajero dolor de tripa sólo con acariciarle y ella, mi niña, sigue necesitando por suerte de mis abrazos y mis curas. El día que no sea así (que espero, ilusa de mí, que no llegue) será el más oscuro y triste. Porque ella, sin saberlo, cura cada una de mis heridas. Porque ellas son y serán horizonte en los días grises. En los peores momentos… la calma absoluta.
El día que dio su primer paso comprendí que su vida es sólo suya y que no me pertenece. El día que aprendió a andar en bicicleta, que el equilibrio se lo dará el mirar siempre hacia adelante. La primera vez que saltó a la piscina y llegó de dos brazadas a la escalera sin ayuda entendí que logrará lo que se proponga en la vida y que yo sólo podré admirarla y animarle a llegar a la luna. Si me preguntas qué quiero que sea Lucía de mayor, sólo tengo una respuesta y es que mi único deseo es que sea feliz.
Quizás soñé otra vida para ti, para nosotras. No hagas planes para la vida que la vida tiene planes para ti. O quizás ésta sea precisamente la vida que soñé. Un hogar sano, alegre, que da cobijo. Un hogar donde nos equivocamos y vivimos con prisas. Donde a veces faltan manos pero sobran besos. El hogar que me habéis ayudado a construir. No puedo ser más feliz, rubias.
Los hijos, aunque nos pese, no son nuestros. Son personas libres que un día tomarán su rumbo y nos dirán adiós.
Lucía hace hoy su primera Comunión. Los que me conocen bien saben que ha tenido toda la libertad del mundo por mi parte para decidirlo. No es algo que he impulsado pero estar cerca de ella ese día me hace feliz. Preparar el #díabonito me ha encantado. A disfrutarlo toca.