Mis primeros cassettes grabados con canciones de la época me los grabó él. Fue el primer niño en tenerme en brazos, el que me enseñó a montar en bicicleta, el que me defendía de los chicos del barrio y curiosamente, el que me invitaba a su habitación incluso cuando venían sus amigos a casa. Yo era su hermana pequeña. Y en parte, imagino, que un poco su protegida.
Crecí admirándole. La primera fan en sus conciertos de una música heavy que ni entendía ni falta que hacía. Él era el cantante de la guitarra de pelo largo. Cuántas tardes escuchándole tocar «Still loving you» de Scorpions o «Tears in heaven» de Eric Clapton.
Largas carreras por el pasillo largo, larguísimo, de casa. Al escondite, al pilla pilla y a dar sustos. Y vaya si me los daba. Con los años entendí que esa admiración no cesaría nunca. Quizás por eso cuando veo a las rubias discutir sufro tanto. Porque deseo más que nada en el mundo que sientan lo mismo que siento yo. Que un hermano es el mejor regalo que te pueden hacer tus padres. Que llegar a este mundo y estar así de arropada te da una seguridad que no es comparable a nada. Que el vínculo es eterno y duradero si se cuida.
No me importa que mire cada una para un lado y que no siempre miren en la misma dirección, mientras sepan que siempre se tendrán la una a la otra. Como yo a mi hermano. Mientras disfruto de ver cómo sus hijos y las mías cuidan también ese vínculo mágico. Los primos, que no son ni hermanos ni amigos y son ambas cosas a la vez.
Hoy es un lunes de esos que deberían borrarse del calendario. O quizás no. Quizás sólo es un lunes de esos que nos hacen más fuertes. Nadie dijo que no seamos vulnerables en la vida no pinterest.