En enero paseábamos por Lisboa ajenas a lo que se nos venía encima. En agosto callejeábamos por las calles empedradas de Mojácar conscientes de que el invierno sería incierto y este verano un auténtico regalo. Y aquí seguimos a dos aguas, entre la consciencia de los tiempos duros que nos tocan vivir y la ardua tarea de sacar la cabeza y evadirnos también. De seguir apostando porque el mundo siga girando, con todo y a pesar de todo. «Juliette y un planeta llamado Tierra» nació en pleno confinamiento, entre días largos y vasos medio vacíos. Entre mucha incertidumbre y, aunque parezca mentira, poco tiempo para poder concentrarme. Poco tiempo para mí. Ya lo dije en alguna ocasión, ser madre en tiempos de pandemia nos hizo volcarnos, aún más si cabe, en su bienestar, en sus necesidades… aparcando las nuestras.
Y, sin embargo, como hierba que crece entre asfalto… Juliette regresó para enseñarnos a mirar de otra manera este mundo y nuestro planeta. Si «Juliette, chica valiente» nació de una necesidad vital, «Juliette y un planeta llamado Tierra» nace de una necesidad global… la de hacernos conscientes de que no hay opción. Es urgente cuidar el planeta. Es inevitable sonreír al acordarme de cómo cruzaba un pato a sus anchas por debajo de casa mientras todos estábamos encerrados. Cómo le dimos un respiro a la Naturaleza y a los pequeños animales que viven cerca de nosotros y pasan inadvertidos a nuestros ojos. Cómo hicimos un consumo más responsable y cercano, apoyando a marcas locales.
Juliette limpia plásticos de los mares y va a manifestaciones por el cambio climático. Ojalá miráramos el mundo cómo lo mira ella… con su inocencia y valentía, con sus ganas de cambiarlo por completo. Con los ojos de una infancia despreocupada y alegre, reivindicativa y rebelde. Suena Johnny Cash en casa y no puedo evitar acordarme de Miky Naranja, el poeta de las #cotidianas. Vuela alto. Vuela siempre. Ya le echamos de menos… intentaremos vivir a su manera.