Despertar con el primer rayo de sol del amanecer. Cada día. Y que ese rayo de sol entre por una ventana de una antigua casa de pescadores en Portlligat. Y colocar un espejo para poder ver esa luz desde la cama. Que el olor de las siempre vivas amarillas se cuele por cada rincón y que los olivos dibujen las sombras en los patios. Y que siempre me sorprenda. Y que no deje nunca de sorprenderme.
Cadaqués y su luz mediterránea. Tossa y su alma pirata. Hay lugares que nunca defraudan y donde siempre suena “Stairway to Heaven” de Led Zeppelin. Ha de ser así.
Los agostos de mi infancia saben a salitre y familia. Los de las rubias también. Y pocas cosas me pueden gustar más que verles llegar al lugar donde aprendí a nadar con la misma emoción que lo hacía yo a su edad. Bajar la ventanilla y oler. Como una tradición. Y pasar los días despreocupados entre amigos, familia y Mar Mediterráneo en un pequeño pueblo de pescadores murciano. Con sus barcas, sus palmeras… Y sus mojitos… Esos que los pruebas una vez y los saboreas todo el año.
Una entiende que ya haya pasado el ecuador del verano, aunque nos pese. Pero seguiremos disfrutando de las noches estrelladas, del pelo mojado y de la manga corta mientras podamos. Ojalá este otoño llegue la primavera no vivida, el mes de abril robado. ¿Sabes? La vida es más bonita si te miro de reojo y te pillo mirando.