Allí donde hay guirnaldas de luces y banderas piratas es bueno quedarse. Se lo demostré hace unos años a una buena amiga en Verona mientras buscábamos un sitio para tomar un mojito. Donde haya guirnaldas de luces, allí es. Y nos ocurrió la misma serendipia una noche en Lisboa cuando nos dejamos guiar por un grupo de extranjeras (como nosotras) y acabamos en el mejor garito de Lisboa bailando bossa. Había guirnaldas de luces en la entrada y una escalera de caracol.
Algo parecido ocurre con las banderas pirata. De vacaciones en Tossa acabamos, como siempre callejeando y sin destino, en una diminuta terraza con vistas a una cala y bandera pirata. Sonaba «Stairway to Heaven» y cada sorbo de mojito sabía a «este momento lo recordaré toda la vida«. Regresamos al tiempo, como se regresa a los lugares que uno ama, y allí seguía la bandera pirata. Al camarero, por supuesto, le pedimos que pusiera aquel tema de Led Zeppelin.
Desde entonces intento visitar aquellos lugares que enarbolan una bandera pirata. Y nuestros veranos comienzan cuando colocamos la bandera pirata allí donde estamos. Nos recuerda que comenzamos a fabricar recuerdos que perduran después todo el invierno. Que la vida es sencilla al lado del mar, en chancletas y con poca ropa. Que es momento de parar, de quitarse de encima todo lo que resta, lo superfluo y accesorio y volver al otoño con el foco y las energías puestas en lo que sí, en lo que merece la pena, en aquello que nos lleva al lugar soñado.
Al final de nuestros días, os lo aseguro, recordaremos los lugares con guirnaldas de luces y banderas pirata. Así que hoy, aquí y ahora… amemos y honremos esta vida pirata.
Ay, Nere… quf se me acaban de caer dos lagrimones.