Cae el último miércoles de agosto y la ciudad aún rebosa esplendor veraniego. Las playas, las calles, los turistas de mochila y albergue y los de hotel cinco estrellas. Inevitable echar la vista atrás y sentir nostalgia temprana de los días largos del inicio del estío. Las palmeras y el olor de un Sur que abriga y sabe a salitre y familia. Los pies descalzos, el pelo mojado y las rubias rodeadas de un montón de chiquillos de su edad descubriendo el placer que da la libertad.
Suena «Better man» en directo y cierro los ojos. No estoy soñando. Estoy más viva que nunca. Que no se acabe este verano eterno, pienso mientras redescubro las espléndidas calas del Alt Empordá. Las niñas buscan conchas como quien busca un tesoro y nosotros nos perdemos entre libros y olas, siestas y vida sin prisas. Con poco equipaje, mi risa y tus ganas de hacerme reír. Y con una bandera pirata conquistando arena.
Volver a casa sabiendo que una es feliz cerquita del mar. Y charlar de lo humano y lo divino con un viejo amigo. De feminismo, del encanto de Isabelle Huppert, de la búsqueda del ser humano de la belleza y la juventud, de la buena pluma de la argentina Mariana Enríquez y de mucho y buen cine.
Que nos dure este verano invencible y nos prepare para el otoño de las chicas valientes.