Los recuerdos de infancia son en blanco y negro. Pasillos larguísimos y habitaciones enormes en casa y, en el colegio, un patio gigante. Todo lo que te rodea es grande y se recuerda grande. Buenas carreras nos pegábamos por el largo pasillo de casa y, como éramos locos bajitos, cualquier rincón servía de escondite. Así pasé mi infancia en el cuarto c, con un hermano mayor que cualquiera querría tener. Él, siempre lo recuerda mi madre, decía que quería tener una hermana. Y cinco años más tarde nací yo.
Hoy cumple años y todos nos juntamos alrededor de la mesa con buen vino y mejor conversación. Escuchamos las mismas cosas todos los años y nos gusta así. Mi madre se emociona y vuelve a recordar cómo fue el parto, a qué hora nació y cosas surrealistas de la época… como que los hombres se quedaban fuera fumando y las mujeres de la familia entraban al paritorio…
Va por ti, hermano. Por la vida que pasa imparable, por el niño que siempre llevaremos dentro, por las veces que me agarrabas de la mano y me llevabas a jugar con tus amigos, por las cintas de cassette y los vinilos. Pero también por llegar a una familia y que estuvieras tú, por esos caprichos del destino… por seguir agarrándonos bien fuerte lejos de cualquier abismo…
Mi sobrino de cinco años cantaba en la sobremesa Yellow Submarine y nuestra infancia suena, sin duda, a esto…
Mis rubias tan pronto están enamoradas como que se «zurran» al cruzar la esquina. Algún día entenderán que un hermano es el mejor regalo que te pueden hacer tus padres…