Suena «Dancing in the dark» y ahora, mientras escribo en la oscuridad es hora de bailar. Bailarle a cuarenta años. Si hay un momento, ése es sin duda ver nacer a mis dos rubias y oler su piel por primera vez. Los ojos grandes de Lu mirándome y trepando hasta mi pecho y la explosión de pura vida de Ane en un parto  de cuento, con dolor del que se olvida. Tan idénticas al nacer… de estremecer.

Cuarenta años de más luces que sombras. De canallas pasiones y largos amores. De tocar fondo para reinventarse. Años de cascarón y de pronto, esto era la vida. Lo bueno que tienen los sopapos es que aprendes de golpe y entonces sí, ya nadie te puede parar. Lo bueno que tienen los días es que te sorprenden como un baño en el mar sin ropa a la luz de la luna.

http://www.youtube.com/watch?v=XlvjznOEWjk

Si hay una canción, ésa es sin duda «Dancing in the dark«. Si cierro los ojos y pienso en un lugar, me veo tumbada en mi playa de Bolnuevo. Desde chica. Jugando con cubo, pala y rastrillo, colchonetas al agua, vendiendo collares de dátiles (como mis rubias hoy) y descubriendo otro mundo con los baños de espuma en la discoteca Zaira (como las rubias mañana).

La emoción del directo me lleva a Lisboa con Eddie Vedder. A dos conciertos del Boss, al teatro de base, a -no llevo la cuenta ya- muchos Festivales de Jazz con cerveza y arena en las botas. A saltar como una niña en los charcos en cuanto escucho esa canción. París desde Monmartre, Firenze y su cúpula, la Toscana de sueño, Venecia con mucha, muchísima lluvia, Atenas como un relámpago de sabiduría, las islas griegas a las que ansío volver, Dubrovnik y los lugareños queriéndome timar y Roma, eterna Roma.

40 años

Inevitable mirarse al espejo y pararse a pensar. Balance de mitad de vida, sin nostalgias ni grandes pretensiones. Aprendí tanto de los que se fueron que no pienso desperdiciar ni un segundo con la familia que una elige. Tantísima suerte con la que me ha tocado… Si yo lo que quiero es montarme en el viejo columpio y echar la cabeza para atrás. Pasar las tardes en el balcón de casa jugando con los botones y cremalleras del cajón de costura de mi madre. Esos recuerdos de niñez despreocupada agarran a la tierra con fuerza.

Toca descorchar una nueva botella de vino, hacer amistades de las que duran y dejar ir también… No todo el mundo llega para quedarse. Al final te das cuenta que lo importante es mirarse al espejo y que no te decepcione lo que ves… Bienvenidos 40. Arrancamos. Con muchas ganas. Sigo sintiéndome la misma niña pero ya le gustaría a aquella niña saber lo que sé ahora…

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